Por supuesto que no estoy pidiendo la desaparición de la prensa escrita, ni proclamando las necesidades de la crítica "amateur", nada más lejos de mis intenciones, solo señalo, que aun con estos reparos o antecedentes, la "recomendación" por alguna razón, se resistió en mi memoria y se reactivó viendo de pasada sugerido el trailer en YouTube.
Adaptando las biografías del propio Latif Yahia, I Was Saddam's Son y la que da nombre a la película; The Devil's Double, tras las cámaras se sitúa sorprendentemente (y hasta esto señalaba le deficiente crónica) Lee Tamahori. Y digo sorprendentemente porque Lee Tamahori es un viejo conocido, o un nuevo conocido, según el tipo de cine que se está acostumbrado a ver.
Director de las olvidables xXx 2 - Estado de Emergencia o Muere Otro Día, la olvidada La Hora de la Araña y las sobrevaloradas El Desafío y Mulholland Falls, con todo, Tamahori empezó su carrera con un respetable debut en su cinematografía natal, Guerreros de Antaño, lo que como es frecuente, le valió el salto a Hollywood, para transitar el sendero mas "comercial". Jugando en la liga de la acción más trepidante y aparatosa, de esa que tanto gusta en los grandes estudios, junto con "autores" como Rob Cohen, Jan de Bont, Roland Emmerich, Renny Harlin o Martin Campbell, por citar los primeros que me han venido a la cabeza.
Porque es esa faceta a la que Tamahori recurre, consiguiendo muchos de los resultados enumerados; actores bien escogidos y dirigidos, una fotografía que logra desarrollar sus texturas, un equipo artístico que recrea verazmente en Jordania y Malta el Irak de finales de los 80 y principios de los 90 (que estaba como para visitarla cuando se rodaba la película. Aunque no creo que haya mejorado mucho últimamente) y una pequeña selección musical de los temas ochenteros mas horteras y exitosos, como hilo conductor y "contextualizador", como es habitual en este tipo de producciones.
Pasada a guion por Michael Thomas, que curiosamente conoció una mejor suerte como guionista en los 80 (El Ansia, Lady Halcón), que en los 90 (B. Monkey), la estructura de la película es sencilla (lineal), focalizada desde el punto de vista de su protagonista (Latif), que basa (a nivel narrativo) todo sus logros en esa representación tan nefasta del poder en las manos equivocadas que es Uday Hussein. Señalado como un "psicópata" por sus coetáneos, Uday se ajusta al perfil de magnate que colecciona fieras y coches deportivos en su palacio dorado, en un país en vías de desarrollo. La peor versión de la ambición de un gobernante y de la indefensión de su pueblo. Pero no tan "lejana" e incompresible, pues lo que hace esto posible, como suele ser en estos casos, es ese pacto silencioso de la gran mayoría. Los crímenes de Latif, serian imposibles de no vivir en un régimen militar totalitario, no muy distinto del stalinista o del franquista, ya puestos. Como dice el personaje Munem (interpretado por un habitual en este tipo de papeles como es Raad Rawi), algo así como la representación de esa mayoría colaboradora, pero no exculpadora de sus crímenes; el dictador "... Construyó este país. Nunca lo olvides. Escuelas, carreteras, hospitales, (...), dio al pueblo (...), todo cuanto deseaba. Y solo exige una cosa a cambio". Y esta especie de "complicidad", de prevalecer del mal por la inacción de los hombres buenos, es una de las cosas que se ha de removerse para cambiar la situación, como la película también recoge.
Centrando como digo, la mayoría de su metraje en la descripción de ese diablo que era Uday y de ese pacto mefistofélico que ataba a Latif, sin abandonar la reflexión política y el reflejo de una época, pero en menor medida, era vital para la película una decisión actoral perfecta. Y la encontró en ese infravalorado secundario que es Dominic Cooper, que da aquí una nueva muestra de talento inapelable. Llevando a cabo del doble papel de Latif/Uday, la interpretación de Cooper es mayúscula, soberbia, avasalladora. Excesiva, poco matizada para los críticos con ella, pero perfectamente acorde con film tan barroco.
Trabajo encomiable por partida doble para el director de fotografía Sam McCurdy, el habitual en esas funciones en las películas (y capítulos de Juego de Tronos) de Neil Marshall. No tan granulado y pictórico como nos tiene acostumbrados (y le permite probablemente la libertad de los pequeños presupuestos), pero lo bastante para dotar de personalidad a una película, que tiene pinta de que se ve obligada a lucir con más dinero, del que realmente tuvo.
Entretenida, penetrante, violenta, bien grabada y bien actuada (¡irreconocible Ludivine Sagnier!), que debido al desmadre de sus últimos 20 minutos, su abrupto final y, probablemente, lo explicito de sus imágenes, no conoció en España, el estreno que se merecía. Una pena.
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